Occidente se despierta con despertadores chinos, come con cubiertos chinos y se viste con ropa Made in China. Sólo ve la sangre de los muertos del Tíbet o de Darfur en la antorcha olímpica que arribará este viernes a Buenos Aires. ¿Por qué tomar exclusivamente al deporte como vehículo de indignación moral?, se pregunta hoy el Comité Olímpico Internacional (COI), azorado ante las escandalosas protestas que está provocando el recorrido de la antorcha. Pero el COI jamás fue ingenuo. No lo fue cuando inauguró el recorrido de la antorcha olímpica, nada menos que para los Juegos que celebró el nazismo en Berlín ´36. Y tampoco lo fue cuando en 2001 asignó a Pekín la sede de los Juegos de 2008. China no era una democracia entonces y mucho menos lo es ahora. Pero amagaba ser el gigante comercial al que todos reciben hoy con los brazos abiertos. Todos pueden hacerlo menos el deporte.
Foto: Samaranch jurando fidelidad a Franco en 1967.
Para aceptar a China, la ONU, la UNESCO y la Cruz Roja tuvieron que expulsar a Taiwán. El COI, en cambio, impuso a China la presencia de Taiwán como una de las condiciones para asignarle los Juegos. Lo recordó estos días el español Juan Antonio Samaranch, ex presidente COI y principal responsable de que Pekín ganara la sede de los Juegos. “Esto de los derechos humanos es algo muy delicado. Estamos a favor, claro, pero muchos países que acusan a otros de no respetar los derechos humanos deberían mirarse a sí mismos”, agregó Samaranch, que no se arrepiente hoy de aquella decisión. A sus 88 años, Samaranch tampoco se arrepiente de haber estado a cargo del deporte español en tiempos del dictador Franco ni de las fotos de archivo que lo muestran con su brazo erguido haciendo el saludo fascista.
Artículo completo de Ezequiel Fernández Moores en La Nación
Sobre Juan Antonio Samaranch